Recuerdo Tepic como un verano perenne y pausado, verde brillante, rosa méxico y amarillo sol, con música, siempre alta, de fondo y un cierto sentido de no pertenencia, de encontrarme muy fuera y muy de paso; al mismo tiempo que deseaba, cada día, seguir siempre ahí, en un presente continuo sin rémoras ni planes, con muy mala conexión a internet y fuertes vínculos. Sólo tenía que salir, dejarme arrastrar y algo inesperado podía suceder a cada instante (salamanquesas en el baño, hormigas en las gafas, balaceras a lo lejos, oleajes en la playa, cangrejos en los pies, excesos de maíz, sueños de mezcal, temascales, huelgas de transportes, cocos con chile, llantas pochadas, incendios provocados, pays de guayaba o volcanes en erupción…).
Pero no todo fue acción: cuando decidía parar, tenía ante mí todas las horas del día para leer, escribir, mirar a los pájaros, meditar y conversar sobre cualquier tema posible con gente sincera y con las ideas claras. Me sentía libre y creadora. En ciertos momentos, no hubo límites. De haber seguido allí, habría terminado el libro y continuado con la poesía, me habría teñido el pelo de algún color inesperado (posiblemente azul…), habría dejado de vestirme de gris y negro, me habría hecho un tatuaje, un retrato inglés, habría aumentado mi experiencia en hierbas y hongos, habría vuelto a bailar bajo la Luna, me habría reconciliado más con mi cuerpo, habría estado con más personas y trascendido nuevos límites y fronteras, en la confusión e indeterminación que me rodeaba y, al mismo tiempo, me daba seguridad de no equivocarme, porque nadie me iba a juzgar y porque cada quien interpretaba la norma (gramatical, social o vital) de cualquier manera.
Ahora, ya lejos, intento ordenar y categorizar esa experiencia y no sé hacerlo: tengo más fotos que en toda mi vida anterior; demasiados recuerdos; ropa, aretes y collares de cuentas que no sé cómo combinar; muchas buenas amigas que están demasiado lejos; un acento raro y palabras que no son del todo mías; nueva música y rolas que no hubiera escuchado nunca antes y que mis nuevos vecinos probablemente no soportan; una cierta relajación a ratos o relatividad ante lo que parece grave, pero no es para tanto; otra forma de humor; varios escritos dispersos y desordenados, en libretas y en internet; varios ojos de dios y grandes chapas con mensajes feministas y pro abortistas; mucha nostalgia, menos puntualidad; muchos documentales (menos el del la Sierra Madre, que nunca lo conseguí); más libros en lugares distintos (y eso que dejé muchos atrás y otros los encargué y nunca llegaron); varias promesas por cumplir, viajes por hacer y planes que concretar…
Me está costando aceptar que nunca fui realmente de allí, aunque me sintiera como en casa, y que ahora, en un nuevo destino que no es mío ni siento como mío, debo empezar otra etapa que elegí antes de Tepic y que se atisba gris y tediosa (¡Vuelta al juego de lenguaje privado y a la soledad del tesista!). Y me rebelo, pero no tengo grandes alternativas, más que continuar con la tarea cotidiana, avanzar en lo anodino, intentar entusiasmarme por algo, volver a crear redes, intentando no comparar con las anteriores, con las que he perdido; comprometerme o aliarme con los numerosos movimientos políticos locales (eso lo acepto, ahora tengo muchas más posibilidades de activismo y alianzas, aunque les sobre pose y altanería…), pero me faltan ganas y me sobra invierno.
Y aquí sigo, soñando despierta y planeando escapadas a otros lugares más soleados y amigables. Y eso que yo, antes, rechazaba los abrazos y no hablaba con personas desconocidas y ahora me sorprendo a mí misma, entrando en conversaciones ajenas en el colectivo y recibiendo algunas pocas respuestas y bastantes más miradas de desaire y desaprobación. Me he vuelto una persona extraña y loca que mira directamente a ojos desconocidos, habla en el transporte público y varía el género de los sustantivos y el uso del subjuntivo. Y aunque ahora haya vuelto a conceptualizarlo todo, pensar más, quejarme más y sentir menos, no soy la misma que antes. Algo de mí se quedó en Tepic (y no sólo la piel de las rodillas que me dejé en esas calles llenas de baches, boquetes y sin apenas asfaltar). Y ya no sé cómo volver o, en el caso de que volviera, cómo hacer para que todo fuera como antes. No creo que sea posible. Fue un momento único, inesperado, que no me pertenecía del todo y ahora intento expresarlo y no lo consigo, recaigo en el tópico, una y otra vez.
Insistiendo en el tópico: puede ser ésta la sensación de haber sido feliz en un lugar y un momento que no eran míos y que no se van volver a repetir. Debería ir aceptándolo y asumiendo que ya no estoy allí. El primer paso para hacerlo fue escribir este texto, despedirme y dar por cerrado el cuaderno. Disfruté muchísimo viviéndolo y escribiéndolo, pero ya no puedo seguir.